El chirrido y canto de los pájaros es constante. Los periquitos sueltan unos trinos melodiosos que se confunden con el sonido del abanico. El tucán amargado lanza una amenaza tenue cada tanto, como recordándome que está ahí y que ni se me ocurra acercarme, pues me espera su largo y puntiagudo pico al otro lado de la malla verde que lo encierra.
El otro tucán, Pepe, más amable y juguetón, se queda callado pero vigilante de cada uno de mis movimientos, pues nunca olvida que hace unas noches se dio una ingente pitanza de galletas de mi mano.
La guacamaya es, sin duda, la reina del escándalo. Su alarido es penetrante y desde la rama más alta del palo que amablemente le instalaron en su jaula, se posa como una guardiana gritando altaneramente a cualquiera que pase. Ni las galletas ni la papaya madura le amansaron el carácter de matriarca intransigente.
Hay gallinas que andan sueltas por el espacio, dando pasos cautelosos y apoyando bien esos 3 dedos de cada pata mientras estiran el cuello y se equilibran para picotear el suelo rescatando migas de lo que sea que encuentren por ahí.
Clari prepara la comida, Soco limpia la piscina. Su nieto le ayuda a llevar y traer mangueras, cloro y la pala larga con una malla al final que usan para recoger hojas y sucio del agua. Sólo se respira calma, tranquilidad, monte y flores. Esta noche me espera una oscuridad acogedora, un silencio discreto y la delicia de saberme libre de todo por unas horas.
En medio de este escenario me presto a escribir unas letras buscando congelar un instante al cual pueda volver cada vez que la vida me ofusque, cada vez que el pavimento me ahogue y los pitos ensordezcan. Cuando anhele rodearme de verde vivo y que la molestia más grande posible sea una picada de mosquito. Cuando tenga hambre de tierra húmeda y las planticas de mi balcón se me queden pequeñas.
Hay refugios de refugios y, aunque la vista de casas enjauladas que encierran a mis huéspedes alados inevitablemente ensombrece la maravilla de lugar en el que camino, no me queda más que agradecer por el inmenso privilegio de tener un rincón al que escapar para sentirme viva entre hojas y plumas, entre aire y agua, entre mi piel y yo.